La vida de J. C. Ramírez: de huir de las piedras, a lanzarlas 

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Créditos Imagen: J. C. Ramírez Fotos: A. van Schermbeek

 

Carlos Valmore Rodríguez  | Prensa LVBP

 

Caracas.- El pitcher de los Leones del Caracas Juan Carlos Ramírez habría construido edificios por toda Nicaragua de no ser porque, huyéndole a las pedradas de unos zagaletones, atravesó un campo de beisbol. En el escape lo interceptó su destino: ahora él arrojaría piedras a cien millas por hora y ganaría millones por ello. 

El tránsito de apedreado a apedreador lo llevó por todo el orbe y hasta Venezuela, donde este aficionado a la ingeniería civil colocó la piedra fundacional de un camino que lo condujo hasta los rascacielos de las Grandes Ligas.

Ramírez se presenta como Juan Carlos. No como yeisí, el acrónimo anglosajón con el cual lo reconocen en el negocio de la pelota.

“Ser beisbolista fue casualidad de Dios”, narra Ramírez, quien lleva el hombro derecho envuelto un día después de sumar cuatro ceros el sábado 12 de noviembre contra los Tiburones de La Guaira. “En mis planes no estaba jugar, pero la vida me llevó a pasar por un terreno de pelota mientras corría porque venían tirándome piedras. Felipe Salinas, coach a cargo del lugar, que me conocía y también a mi mamá, me defendió, me condujo a casa y le dijo a mi madre que, en vez de andar de vago en la calle, practicara beisbol”.

Y así echó su suerte. 

“El boxeo es el deporte principal de Nicaragua, Pero me gustó el beisbol. Es fácil jugarlo entre los amiguitos de la cuadra. Solo se necesita una pelota de calcetín y un palo de escoba”, esboza Ramírez. “Cuando estaba niño no había tantos campos de beisbol allá como los hay ahora, pero este deporte me viene de familia porque mi mamá y mi abuelito eran fanáticos y siempre veíamos los juegos por televisión”.

 

La aventura de Aguirre 

En la temprana adolescencia, Juan Carlos Ramírez era cácher y admirador del boricua Jorge Posada. Pero su trazado vital pasaba por el montículo, 18 metros delante de la receptoría. Su trayecto desde el home hasta el morrito tomó un desvío hacia tercera base.

“Es que yo, en ese tiempo, medio bateaba”, explica el diestro. de 34 años de edad. “Después fui a un torneo en Panamá, y un coach de allá me sugirió que lanzara por tener buen brazo. Habló con mi mánager de Nicaragua y comencé a practicar la mecánica”.

Nacía un pitcher de Grandes Ligas. Aunque todavía faltaba mucho. Para llegar a la línea de partida hacia esa meta, primero debía cubrir los más de 2.000 kilómetros que separan a Nicaragua de Venezuela. 

“Era 2005, mi último año de escuela antes de pasar a la universidad”, evoca Ramírez. “Mi familia no tenía mucho dinero y buscaban una beca. Yo jugaba basket en la mañana y beisbol por la tarde. Me invitaron a un torneo de prospectos juveniles. No sé cómo, la verdad, empecé a lanzar a 87 millas por hora y entré al equipo. Luis Molina, scout de los Marineros, me invitó a Venezuela (donde funcionaba la academia de Seattle en Aguirre, estado Carabobo). Era la primera vez que salía de mi casa”. 

Ramírez, hijo único, apegado a su madre y sin un solo sello en su pasaporte, venció los miedos y se fue a explorar el mundo.

“Aquí me recibieron Emilio Carrasquel y Pedro Ávila, quienes me llevaron al complejo de Agua Linda”, rememora Ramírez. “Estuve una semana ahí, hice el try out, me ofrecieron firmarme y yo me animé a hacerlo al ver cómo contrataban a otros muchachos. El ambiente que se respiraba me entusiasmó. Los primeros meses fueron difíciles porque extrañaba a mi mamá, pero todos me trataron muy bien. Aquí me gustó la comida: la cachapa, las arepas, el pabellón. No salía mucho. Iba de Aguirre, un pueblo pequeño, a Bejuma, un pueblo un poco más grande. No conocí casi Venezuela porque nos mantenían protegidos en Aguirre”.

Según la memoria de Emilio Carrasquel, el bono de firma de Ramírez no excedió los 40 mil dólares. “Tenía un gran potencial que debía pulirse”, agrega. Contaba Ramírez 17 años de edad y, según Pedro Ávila, “tenía muchas condiciones, pero estaba crudo”. Su estampa (1,96 de estatura) y la soltura del brazo lo hacían proyectable, aunque había que trabajarlo mucho. Desde ese momento se convertiría en la misión de Jesús Hernández, el ex lanzador encargado de educar a los serpentineros en la primaria de Aguirre.  

 

Juan Carlos Ramírez comenzó su carrera como profesional en la filial de Seattle en la VSL

 

Las enseñanzas de Jesús

“Lo primero que hice fue reconocer los pitcheos que tenía para luego elaborar un plan de dominio de sus lanzamientos”, detalla Hernández desde República Dominicana. “Era un brazo 60 (en una escala de 20 a 80) y con una presencia imponente. Había que explotar su recta, con bastante movimiento horizontal”.

Una vez identificadas las fortalezas, Hernández empezó a tapar los huecos. “Tenía fuerza, pero no control”, apunta el otrora escopetero de los Leones del Caracas y plusmarquista de ceros seguidos en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. “Comenzamos corrigiéndole el agarre de la pelota porque la tomaba por dos costuras y necesitábamos que la empuñara por cuatro costuras. Modificamos también la forma de usar la parte superior del cuerpo porque, como tiraba la pelota desde tres cuartos, tenía la tendencia a desviar el hombro izquierdo hacia primera base y soltaba muy abierto. Ese detalle lo trabajamos bastante en el bullpen, para buscar mejor dirección de la bola. Juan Carlos puso de su parte”.

Los resultados fueron medidos con radar. “Cuando me firmaron, el 2 de julio de 2005, estaba lanzando a 87 millas por hora”, especifica Ramírez. “Regresé a Nicaragua a terminar la escuela. Cuando volví en diciembre a la liga paralela venezolana, ya iba por 92-93 millas por hora. Viajé de nuevo a Nicaragua para Navidad y Año Nuevo. En enero estaba otra vez aquí. Para cuando comenzó la Summer League, en mayo, ya estaba tirando cien millas por hora. Influyó la buena comida tres veces al día, el gimnasio y el mejoramiento de la mecánica para ganar soltura”.

Pedro Ávila, Emilio Carrasquel y Jesús Hernández quedaron impresionados. “Llegó aquí lanzando 86 millas por hora, poco después ya iba por 94, al debutar en la Summer League andaba por 96 y llegó a marcar cien”, acota Ávila.

El récord de Ramírez en su única campaña dentro de la Venezuelan Summer League fue 5-1, con 1.66 de efectividad en 65 innings. Volvería al país seis años más tarde como relevista importado de los Tiburones de La Guaira.

“Fue mi primera experiencia en el beisbol invernal y pude conocer las ciudades grandes de Venezuela”, dice. Venezuela volvía a ser una bisagra en su biografía, por más que solo abarcó ocho entradas para los escualos, con 12.38 de efectividad.

Mero accidente. Seis meses después dio el gran salto adelante. Los Filis de Filadelfia, organización a la cual pasó en diciembre de 2009, a través de un cambio de cuatro piezas que hizo del as Cliff Lee un marinero de Seattle, lo promovieron a las mayores en junio de 2013.

“No me esperaba subir, pese a que llevaba como doce innings sin carreras en Triple A”, sostiene Ramírez (en realidad había aceptado solo dos anotaciones en las seis salidas previas al ascenso). “Ese año, Filadelfia tenía un trabuco, con muchas estrellas juntas. Ya estaba pensando en 2014 cuando mi mánager me convoca a la oficina para darme la noticia. Ahí lloramos. Luego llamé a mi mamá y volví a llorar al recordar cuánto había costado llegar”.

 

Convertido en J. C., Ramírez lanzó durante seis temporadas en las Grandes Ligas  

 

Una cruel ironía

Cuando mejor le estaba yendo a Juan Carlos Ramírez en Grandes Ligas, recibió la peor noticia de su carrera.

“Fue en 2016. Ese año tuve como 70 apariciones (entre Rojos de Cincinnati y Angelinos de Los Ángeles) y al final de la temporada sentí una molestia en el brazo”, desempolva Ramírez. “Le presté poca atención porque vino el descanso entre temporadas. Como los Angelinos me dijeron que me querían como abridor me entrené para eso. El paso de relevar en muchos partidos a tirar bastantes innings como abridor hizo que el ligamento explotara. En agosto ya me costaba calentar y prepararme entre aperturas. Tenía que ponerme mucho hielo y empecé a preguntarme qué estaba pasando”.

Ya se imaginarán. El ligamento colateral cubital del codo derecho se hizo trizas y míster Tommy John apareció en el glosario de Ramírez. Después de comenzar 24 juegos para los serafines, y dejar efectividad de 4.15 tras 147.1 episodios durante 2017, Ramírez apenas asomó la nariz por las Mayores las dos campañas siguientes, entre las cuales sumó 14.2 tramos. Para 2020 el planeta sufría la pandemia de Covid-19 y su contrato con los Dodgers de Los Ángeles se volvió sal y agua. En 2021 fue a dar con sus huesos a Taiwán. De allá le gustaron el entusiasmo del público, la limpieza de las calles, la pujanza y cosmopolitismo de Taipei y la puntualidad de los trenes. Lo superaron la barrera idiomática y la sazón taiwanesa, tan diferente a sus apetencias. Ramírez instruyó a su agente para que lo devolviera al redil de MLB. 

“Nos preparamos para buscar una firma en el beisbol organizado luego de un año perdido por la pandemia y otro con poca actividad a causa de una lesión. Creo que nos apresuramos al ir a Taiwán”, opina el managüense. “El asunto es que, después de la pandemia, el beisbol se volvió diferente, muy diferente, con la sabermetría, las computadoras y la preferencia por la juventud. Pero uno tiene que ir avanzando con el beisbol y ajustarse. Hicimos múltiples try outs en enero y febrero. Finalmente, acordamos con la gente de Minnesota”. 

Con los Santos de Saint Paul, variante Triple A de los Mellizos, Ramírez dejó efectividad de 5.66 en 35 vueltas antes de que Minnesota lo dejara libre en julio. Tal vez lo más alarmante fueron los 5,4 boletos por cada nueve actos. Se le extravió el home, como cuando llegó a las manos de Jesús Hernández en Agua Linda. Y así, todo regado, captó el interés de varias organizaciones en el Caribe, entre ellas, Leones del Caracas. La red de contactos de la divisa se activó y localizaron a Ramírez, si bien las prioridades del nica eran otras.

“Desde el Caracas me llamaron para saber si estaba interesado en jugar. Yo pertenecía a la reserva de los Tomateros de Culiacán en México y me hubiera gustado ir allá porque mi esposa es de esa ciudad”, reconoce Ramírez. “Pero no hubo acuerdo. Tuve varias propuestas de Venezuela, pero me gustó estar en la capital y en un equipo como Leones, con calidad y renombre”. 

Richard Gómez, gerente deportivo del Caracas, explica cómo llegaron a la conclusión de que un pitcher de 34 años de edad, con Tommy John encima, sumido en el descontrol y cesanteado a mitad de año podía ser exitoso en la LVBP. Conversaciones con paisanos de Ramírez que lo vieron lanzar con Nicaragua durante el torneo clasificatorio al Clásico Mundial de Beisbol, efectuado hace mes y medio en Panamá, convencieron a los ejecutivos caraquistas de su idoneidad. “Le preguntamos a Carlos Teller (monticulista zurdo quien formó parte del escuadrón centroamericano) y José Alguacil (mánager de la novena melenuda) habló con Marvin Benard (piloto de la selección blanquiazul). Ambos dijeron que Ramírez estaba bien y podía ayudar. Yo sondeé a agentes con los cuales negocio peloteros y coincidieron. Según ellos, los problemas de descontrol derivaban de una lesión”.

El riesgo resultaba considerable. Pero el Caracas, necesitado de un abridor al caerse la contratación del estadounidense Alex McRae, decidió correr el albur. Ramírez estuvo dispuesto a retarse en una liga como la venezolana, que fue implacable con él en sus dos despliegues anteriores (10.95 de efectividad luego de 12.1 tramos entre las zafras 2012-2013 y 2013-2014). “Cuando vine con La Guaira era relevista y chamaquito”, ataja. “Ahora vengo como abridor y con más experiencia. Ya sé cómo afrontar esta pelota, en la que te consigues cinco grandeligas y ex grandeligas en los lineups”.

Ramírez dio tumbos en sus tres presentaciones iniciales de la temporada 2022-2023: once hits, siete carreras limpias, dos jonrones y cuatro bases por bolas con siete innings y un tercio. “En el juego del domingo (6 de noviembre) contra La Guaira me pidió un voto de confianza y se lo di”, revela Alguacil, quien le entregó la bola para abrir de nuevo contra los Tiburones el sábado 12 de noviembre. A Ramírez se le vio mejor semblante, con cuatro límpidos episodios, sin transferencias. “Creo que al comienzo me pegó relevar y luego abrir a los tres días. Ya voy agarrando el ritmo”, declara el derecho, quien tomará el morrito el próximo sábado 19 de noviembre contra los Navegantes del Magallanes en Valencia, a menos de 50 kilómetros de Aguirre, donde nació su carrera profesional.

Antes, debe seguir corrigiendo su metodología de lanzamiento. Así como la obra de Luigi Pirandello sube al escenario a seis personajes en busca de un autor, Ramírez se manifiesta como un pitcher en busca de una mecánica.

“Tiene buena recta, con velocidad alrededor de 93-94 millas por hora, buena curva, una slider algo inconstante y el split. Lo que necesita es consistencia con su mecánica, que le falló en su primera salida contra La Guaira”, diagnostica Wilson Álvarez, coach de lanzadores del Caracas.  “En su segunda presentación contra Tiburones le fue mejor, pero le falta. Y él lo sabe”.

A juicio de Álvarez, Ramírez debe modificar el llamado release point, es decir, el punto desde el cual la bola sale de la mano en dirección al home. “Él tiene que lanzarla aquí al frente, con extensión (pone la mano delante y a un costado de su cara), y no acá arriba (la lleva sobre y detrás de la cabeza). La soltaba arriba y los pitcheos se le quedaban altos. Pero a él le va a ir bien, nos va a ayudar. Ya la mejoría se vio. Tiró más rectas en strike, y al hacer eso le funcionarán mejor la curva y el split”. 

A los 34 años de edad, Ramírez sigue aprendiendo, incorporando conocimiento, con la mente en constante expansión. “La consistencia es la que te da el éxito y estoy tratando de alcanzarla con el punto de soltura”, converge con Álvarez. “Si lo logro, todos mis pitcheos estarán en strike y voy a dominarlos a ellos en vez de que ellos me dominen a mí. Trato de que la mecánica esté más limpia”.

Para Ramírez, limar el método de disparo tiene propiedades terapéuticas. “Las secuelas de la lesión no me permiten equivocarme con la mecánica porque si lo hago puede volver”, alerta. “Con la mecánica consistente, y el punto de soltura más adelante, mejoro mis pitcheos rompientes y la localización de mi recta. Es algo que se practica todos los días, hasta que la memoria te permita ejecutar hasta con los ojos cerrados”.

Juan Carlos Ramírez tiene conciencia de que sus disparos a cien millas se exponen en un museo, pero se niega a apagar el soplete. “Mi recta no tiene la velocidad de antes, pero le he añadido movimiento hacia abajo”, comparte el pitcher con seis campañas como bigleaguer. “Me gusta tirar mi recta, no sé si por orgullo, pero siempre quiero salir adelante con ella. Ahora la puedo tirar afuera, adentro, a la altura de la cara del bateador para moverlo del plato, jugar con ella, Y así logro que mis envíos rompientes sean más efectivos. Este año, en Triple A, llegué hasta 96, pero estaba relevando. Me gustaría quedarme consistentemente entre 93 y 95 MPH. Esa es la meta”.

Ramírez desea que un periplo iniciado a pedradas termine, igualmente, a piedra limpia. Regresar a las mayores sería toda una obra de ingeniería reconstructiva. 

 

J. C. Ramírez trata de reinventarse en la LVBP con Leones del  Caracas

 

Pujols, guía gastronómico

Por cuatro temporadas, Juan Carlos Ramírez compartió un dugout con el único latinoamericano capaz de cruzar el umbral de los 700 jonrones en Grandes Ligas: el dominicano Albert Pujols. Ramírez describe a un Pujols gregario, igualitario y buen diente. 

“Le gusta conversar con los latinos y compartir”, apunta Ramírez sobre el artillero que se retiró este año con 3.384 hits, 703 cuadrangulares y 2.218 remolques almacenados durante 22 temporadas en las Mayores. “Como llevaba tanto tiempo en Grandes Ligas sabía cuál era el mejor restaurant de comida latina en cada ciudad a la que íbamos. Le gusta estar rodeado de personas, contar sus historias. Con gente como Pujols uno entiende que todos somos iguales, porque te enseña a convivir en familia sin mirar quién eres tú, si tienes un año arriba, o diez. En los Angelinos me abrieron las puertas. Cuando yo subí con Filadelfia era un poco diferente. Prevalecía el veterano”. 

Juan Carlos Ramírez estuvo con el equipo que clasificó a Nicaragua al Clásico Mundial de Beisbol por primera vez desde la creación del torneo. Y no piensa perderse ese bautizo.  “Va a ser una de mis últimas presentaciones con la camisa de mi país”, dice. “No sé si seré abridor o relevista, pero será tremenda experiencia enfrentar a naciones con peloteros estrellas, entre ellos Venezuela”. Como siempre, este país se cruza en el camino del centroamericano.

J. C. Ramírez es admirador de Dennis Martínez. “Puso a Nicaragua en alto como el primer latino en lanzar un juego perfecto”, explica. “Pero también admiro a Alexis (Argüello, excampeón mundial de boxeo) por su trayectoria”. 

 

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