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Ignacio Serrano | LasMayores.com
Caracas.- El 24 de noviembre de 1945, llegó Jackie Robinson a Caracas.
La vida de este sureño nacido en el estado de Georgia 26 años antes estaba dando un giro espectacular, y con él, cambiaba para siempre la historia del beisbol.
Robinson viajó a Caracas aquel sábado, junto con una docena de figuras de las Ligas Negras, el movimiento beisbolero creado por dirigentes y jugadores afroamericanos en Estados Unidos durante el ominoso tiempo de la segregación racial en los diamantes.
José Eduardo Espinoza recuerda bien aquella visita, que plasmaría en uno de los capítulos de su libro Beisbol Negro. Nacido en el estado Zulia, fue uno de los centenares de aficionados que abarrotó el Estadio Olímpico de Maracaibo, una de las dos ciudades venezolanas que acogieron al grupo de jugadores estadounidenses, reunidos en la divisa American All-Stars.
Con Robinson también viajaron el receptor Roy Campanella y el inicialista Buck Leonard, con quienes compartiría, años después, un lugar en el Salón de la Fama de Cooperstown. Su contrato con Montreal, la sucursal de liga menor de los Dodgers de Brooklyn, había sido anunciado semanas antes por el gerente general del equipo, Branch Rickey.
Robinson, Campanella, Leonard y sus demás compañeros de aventura fueron contactados por los empresarios Alejandro Blanco Chataing y Bernardo Vizcaya. La expedición duraría hasta el 4 de enero.
“Esa misma tarde (de su llegada) debutaron en el viejo Estadio de San Agustín, para confrontar a las Estrellas del Caribe”, precisa Espinoza.
Robinson dio un jonrón ese día, en el parque caraqueño.
“Había gran expectativa, porque la prensa había hablado mucho de ellos”, explica Javier González, historiador, director y fundador del Museo del Beisbol en Venezuela, con una obra que abarca ya 18 libros. “Martín Dihigo, Cocaína García, Alejandro Oms habían jugado en nuestro país, y por eso la gente sabía que esos negros eran muy buenos jugando pelota”.
Así los recibieron y así los llamaron, a pesar del nombre oficial de la escuadra: “Las Estrellas Negras, por la calle del medio”, recuerda González. En el Caribe, y especialmente en la mestiza Venezuela, el apelativo “negro” no sólo es común, sino que incluso se usa como expresión de afecto. “Este no es un país con ese tipo de prejuicios”.
Los periodistas más reputados de la época, Abelardo Raidi, Chiquitín Ettedgui o Franklin Whaite, buscaban entrevistas exclusivas con cada uno de los expedicionarios.
“En una de esas entrevistas”, apunta González, “Robinson aseguró que estaba preparado para jugar ya en las Grandes Ligas”.
Los pocos números que están disponibles respaldan su afirmación. Recoge José Antero Núñez en su libro Héctor Benítez Redondo (quien fue uno de los astros venezolanos que participaron en aquella exhibición) que Robinson fue uno de los mejores bateadores del informal torneo, con .339 de promedio. Leonard conectó para .425, seguido por el local Tarzán Contreras, con .419.
De Caracas viajaron a la urbe zuliana, donde les esperaba una fanaticada todavía más entusiasta.
“La gira fue un éxito, pero sobre todo en Maracaibo, porque allá el equipo Centauros había contratado a muchos negros en los tiempos de la Primera División”, indica González. “Hasta publicaban avisos de prensa en Estados Unidos, ofreciendo contratos a peloteros de las Ligas Negras. Yo mismo he visto esos anuncios en los archivos del Sporting News. La pasión que había en esa ciudad era inmensa”.
Luis Aparicio Ortega, el padre del homónimo shortstop que llegaría al Salón de la Fama de Cooperstown, fue el primer bateador en el Estadio Olímpico. Espinoza tenía 14 años de edad y estaba sentado entre los presentes. No olvida el lanzamiento inicial de Roy Welmaker, el abridor de los American All-Stars: “Una recta llameante que nadie vio. Si lo dudan, pregunten a los sobrevivientes. Pero apúrense, quedamos pocos”.
Aquella visita de Robinson y sus colegas también marcó para siempre la historia del beisbol latinoamericano, al ser uno de los últimos impulsos que llevaron al nacimiento de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, cuyo encuentro inaugural se disputó el 12 de enero de 1946, una semana después de terminada la expedición.
“Varias de las Estrellas Negras se quedaron en Venezuela, contratados por los equipos que fundaron la LVBP”, señala González. “Campanella, Welmaker, Sam Jethrow, Quincy Trouppe, casi todos fueron contratados aquí. Raidi publicó en su columna, la Pantalla de los Jueves, en el diario El Nacional, que el Vargas también se planteó la firma de Robinson. Y eran contratos muy buenos. Si en Estados Unidos podían llegar a ganar 1.500 dólares mensuales, acá recibían 1.800, más los gastos de alojamiento y alimentación. Los instalaban en buenos hoteles y eran tratados como ídolos”.
Don Newcombe, a quien el Vargas firmaría dos años después, cobró la fortuna de 2.000 dólares, más alojamiento, traslados y alimentación para él y su esposa, de acuerdo con el contrato original que se encuentra en el Museo del Beisbol en Venezuela.
Bill Anderson, Parnell Woods y Bill Jefferson también se quedaron para estrenar la LVBP. Verdel Mathis no, pero volvió en 1947.
La devoción por las figuras afroamericanas era real. El legendario Joshua Gibson, quien jugó en la nación suramericana en los tiempos de la Primera División, “decía que aquí se sentía un súper héroe”, agrega González. “Y compartían con los blancos; eso era lo más importante”.
Ettedgui le dedicó un largo reportaje a Robinson en Mundo Deportivo. Era, sin duda, la luminaria principal entre todas las Estrellas Negras que mostraron su talento en Caracas y Maracaibo, durante aquel memorable periplo.
“El primer hombre de color en las Grandes Ligas”, se adelantaba el periodista. “Abrió las puertas del beisbol blanco. Y si tiene éxito, podrá demostrar al mundo el estúpido prejuicio racial que llena de vergüenza a la gran nación americana”.
Robinson no aceptó la oferta del Vargas, que le habría permitido alargar su experiencia en el naciente beisbol invernal venezolano. Semanas después, se reportó a los Reales de Montreal. En La Habana, durante los entrenamientos de 1946, volvió a la dura realidad: cuenta el periodista Juan Martínez de Osaba y Goenaga que los encargados del lujoso Hotel Nacional de Cuba no permitieron que se registrara con el resto de la expedición de los Dodgers, por el color de su piel, y tuvo que irse al Hotel Boston, de menor categoría.
“No aceptamos negros”, cuenta el periodista cubano que le dijeron al infielder en el Nacional.
Faltaba apenas un año para que la barrera racial en la MLB se agrietara de manera definitiva. Robinson comenzó su andadura en las Grandes Ligas el 15 de abril de 1947. Cumplió así el vaticinio que soltó en Caracas, la primera ciudad que le recibió como estrella internacional.