Créditos Imagen: Foto: Carlos De La Cruz
Alfredo Villasmil Franceschi | Prensa LVBP
Santo Domingo, República Dominicana.- Hay pasiones en este pueblo, pasiones que desbordan toda razón humana, pasiones que van más allá de lo incomprensible. Porque un amor tan grande como el que se tiene por la pelota en esta tierra traspasa las barreras del entendimiento, como también va más allá de la indumentaria neuronal, el hecho de que se escucha música y, de inmediato, comienza el baile.
El estadio Quisqueya Juan Marichal ha estado concurrido en esta Serie del Caribe por los lugareños, así como por los turistas que invaden el Play, palabra con la que denotan los parques de pelota en la tierra de Juan Pablo Duarte. Matracas mexicanas, caras lindas y cinturas turgentes de la mujer venezolana, el sonsonete tradicional del cubano, la plena penitente del borinqueño y el sabor único del perico ripiao dominicano.
En la antesala de las tribunas, a eso de las 6:00 de la tarde, antes de que comience la segunda función del gran show, los músicos se apelmazan en las puertas, en señal de recibimiento, y hacen explotar la tambora, la charrasca de metal el saxofón y ese acordeón genuino que le pone la sazón única al evento paralelo. El público despega los pies del suelo, comienza el tongoneo, todos están felices y se olvidan de sus problemas.
El Caribe durante los primeros días de febrero, deja de ser un piélago indomable para tornarse en una alfombra verde, diamante de cuatro bases, donde la multitud amante de la pelota concurre al parque de pelota para disfrutar los hits, jonrones, outs, comidas típicas del país sede y echar un pie bailando al son de un perico ripiao.